El traductor es como un restaurador

interpretación

Hace dos semanas tuve el gran placer de interpretar el I Congreso Internacional de Arte, Arquitectura y Patrimonio, con ponentes de primera, entre ellos el Dr. Gianluigi Colalucci, restaurador de la Capilla Sixtina. En la larga e intensa preparación que precedió dicho encargo, gracias a la mucha documentación disponible en internet tuve forma de conocer muy bien el recorrido profesional del ponente, así como la maravillosa historia de Miguel Ángel y de sus frescos en los más mínimos detalles.

En un mensaje de Colalucci que leí antes del congreso y que repitió también en su ponencia vi un claro paralelismo entre la restauración y la traducción —el concepto se puede aplicar también a la interpretación—. Cuando el restaurador se enfrenta a una obra, su función tiene que ser la de preservar su calidad y el estilo del autor, sin aportar ningún cambio debido a su propio estilo. En la traducción pasa algo parecido: a pesar de que varios traductores profesionales ofrecerían inevitablemente versiones distintas de un mismo texto, en todo caso tienen que mantener inalterado el mensaje original del autor y respetar lo más posible su estilo. Inútil decir que existen campos de la traducción donde este criterio se aplica más y en otros menos.

Otro punto que acomuna a traductores y restauradores es la necesidad de seguir de forma coherente un criterio. Colalucci comentó que su proyecto, además del aplauso de muchos historiadores del arte y del mundo de la cultura en general, también levantó grandes críticas, pues la restauración llegó a eliminar mitos sobre Miguel Ángel y su pintura gracias al descubrimiento del color. Sin embargo, muchos estaban convencidos de que los restauradores alteraron y dañaron para siempre los frescos. Un caso controvertido fue el de las muchas censuras que se habían añadido con el tiempo después de la muerte del artista. Los frescos presentaban muchas figuras desnudas —razón por la que el maestro de ceremonias del papa veía los frescos más adecuados para un baño público que para una capilla— y, por lo tanto, se dio inicio a la llamada “campaña de la hoja de parra”, en la que se taparon las desnudeces de muchas figuras. El caso más extremo fue el de Santa Catalina, como se puede apreciar abajo.

miguel angel

Izquierda: Santa Catalina después de la censura. Derecha: Santa Catalina tal y como la pintó Miguel Ángel (copia hecha por Venusti).

miguel angelEstas censuras se llevaron a cabo a lo largo de varios siglos, las primeras como consecuencia histórica del Concilio de Trento y otras por meras razones estéticas algunos siglos después. Aunque según las reglas de la restauración de Cesare Brandi —¡la RAE de la restauración!— conservar lo estético era más importante que lo histórico, Colalucci consideró que en este caso era oportuno dar la prioridad a lo histórico, es decir, a las censuras que se hicieron como consecuencia del Concilio de Trento. De hecho, se mantuvieron estas censuras, mientras que se volvió a desnudar a las demás figuras. Según sus propias palabras, Colalucci siguió un “criterio filológico“. En el caso del traductor, también es fundamental seguir un criterio —a veces incluso a costa de lo que dice la RAE—. De esta forma, come le pasó a Colalucci, ante las críticas se puede contestar sin miedo y defender la decisión tomada.

Una última característica común de traductores y restauradores —y esto es un comentario personal— es que nos quedamos en el olvido. ¿Quién al visitar la Capilla Sixtina pensará en el magnifico trabajo que hizo Colalucci, gracias al cual se ha podido descubrir al verdadero Miguel Ángel, que tanto se había malinterpretado antes? Quizás solo el propio Colalucci, servidora gracias a esta interpretación y unos cuantos historiadores del arte, pero la mayoría solo hablará de Miguel Ángel. El mismo destino lo tiene el traductor.

 

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